Este espacio está abierto para compartir las experiencias, reflexiones, imágenes, llamados a la acción, denuncias, canciones, videos, etc. en torno del Paro Nacional 2021. Para enviar material para publicación, pueden enviarnos vínculos o archivos a este correo.
Hoy
Texto enviado por Yesica Cortés, Licenciada en Filosofía
Foto de David Cortés
Qué difícil pensar hoy, ocho de mayo de 2021, onceavo día del paro nacional en Colombia. Qué complicado escribir al calor de un estallido social, con el corazón en las manos, con la sangre en las calles, con el llanto de las madres en los videos posteados en las redes sociales. Hoy no quiero hacer un análisis a la “altura” de la academia, hoy más que nunca quiero que se vea desde donde hablo, desde el lugar que se ha convertido en guarida; el hogar y el barrio, desde las emociones; el miedo, la rabia y la tristeza.
Mientras escribo, pienso en mis “privilegios”, pienso en la fortuna que tengo de estar aquí, segura, reguardada de la lluvia, de las balas, de los gases, de las aturdidoras, de las camionetas que desaparecen, del verde de la fuerza estatal y del paramilitarismo que ronda en las noches; por las calles de las ciudades, tal y como ha rondado por las veredas y las montañas de este país por décadas. Mientras escribo hay 39 asesinadxs, 548 desaparecidxs y 12 casos de violencia sexual a manos del Estado en lo que lleva el paro nacional según registros de temblores ONG. Mientras estoy en mi refugio es muy posible que alguien esté siendo detenidx o asesinadx por la policía en Colombia.
La cotidianidad tiene cara de Estado de conmoción interior, esa que quieren decretar desde hace unos días, pero que ya se vive en las calles desde el 28 de abril e incluso desde antes. Los días y las noches llegan y se van cargadas de incertidumbre, nos expropiaron la tranquilidad, la misma que estaban clamando en el campo cuando tuvieron lugar los diálogos de paz. Hoy las tanquetas y los helicópteros aterrizan en los colegios de los barrios periféricos de la capital. Hoy la ciudad de la salsa, es la ciudad de la resistencia, pero también es el escenario de un espectáculo sin precedentes en el que los actores armados acallan las manifestaciones con el ruido de las metrallas.
La sensibilidad está al tope, tanto que las redes están censurando cualquier noticia para no “alterarla” (alertarla) más. Hoy todxs los muertos duelen, como si los conociéramos, todxs pesan como si fuéramos nosotrxs mismxs. Hoy la vida vale tan poco que en los medios se revisa primero si somos o no “alguien” en la vida, para ver si nos clasifican como mártires o “vándalos”.
No puedo decir nada nuevo, no puedo decir nada innovador sobre lo que nos está pasando en Colombia, no puedo decir nada que no sea lo que siento, lo que hablo y comparto con mi familia y amigxs estos últimos días. Eso es quizás lo único que me hace tener esperanza y que me hace comunicarla ahora. Ellxs tienen las armas, nosotrxs nos tenemos a nosotrxs, tenemos la juntanza, tenemos la empatía y la afirmación de que no estamos solxs. La palabra resistencia jamás estuvo tan materializada como ahora porque es lo que nos queda; seguir existiendo a pesar del dolor profundo, seguir parando, gritando y luchando en cada segundo por la vida que nos merecemos y que nos están arrebatando. Vale la pena imaginar que otras formas de vivir son posibles y aquí estamos para construir esquemas y paisajes desde las palabras que no pueden ser asesinadas.
Yesica Cortés Alfonso, 8 de mayo de 2021, 10:40 pm
Columna de opinión de la filósofa Laura Quintana a propósito de las protestas sociales en Colombia.
«Así el orden institucional que se defiende y se proclama, una y otra vez, es uno que se ha fusionado con diversos intereses para-estatales y privados, y ha reproducido múltiples inequidades; sobre todo contra aquellos que han sido históricamente fragilizados y violentados: negrxs, indígenas, y personas cada vez más precarizadas por decisiones económicas, que han beneficiado tendencialmente los intereses de unos pocos.
El hombre de bien no quiere tener nada que ver con estas fuerzas oscuras, ni con el vínculo entre legalidad e ilegalidad que ha sostenido, por mucho tiempo, el orden institucional en Colombia.»
Mulier sum, humani nihil a me alienum puto (mayo 6 de 2021)
El dolor que ha sentido cada uno de nosotros no puede serme indiferente: soy una mujer, nada humano me es ajeno. Acogiéndome a esta máxima de Terencio, también acongojada y acurrucada sobre aquellos clásicos que me siguen hablando, di rumbo a mi breve reflexión… Leer más en el micrositio de Gineceo
Brevísimas palabras en torno al Paro
*escritas tratando de dejar de lado el agobio.
Rosita la Rabiosita*
Lorena Cabnal me ha permitido hacerme de una clave poderosa para vivir: el acuerpamiento. Este es una suerte de identificación con la otra/el otro, no solamente como la puesta en marcha de un sentimiento de empatía del tipo del que filósofos como David Hume desde el siglo XVII nos han llamado la atención. Es decir, no invoca solamente el sentimiento que otorga las condiciones de posibilidad para emitir un juicio moral sobre una situación que no estoy viviendo o que no me está afectando directamente. El acuerpamiento, la identificación, además de invocar ese sentimiento y el juicio sobre esa situación, invoca la acción política.
No es entonces solamente sentir con el otro o con la otra, no es solamente conmoverme por la injusticia del otro o de la otra, tampoco es solamente emitir el juicio sobre aquella injusticia cometida. Se trata de tomar esa injusticia como experimentada también por mí y actuar en concordancia con ello.
Ahora bien, esta noción de acuerpamiento me parece sumamente pertinente en el panorama actual en muchos sentidos, pero para ser muy breve quisiera remitirme a uno en particular: permite cuestionar los discursos que suponen como condición necesaria para la acción política una autenticidad radical, es decir, que la lucha sea llevada por aquellos cuerpos que –problemáticamente desde el régimen colonial-republicano– estén autorizados a llevar las luchas en virtud de las identidades que se les han asignado dentro del régimen de las identidades.
Y quisiera tensar un hilo doble desde mi experiencia respecto de dos asuntos problemáticos que encuentro en este tipo de discursos.
Yo, como mujer mestiza de esta Abya Yala, he sentido/vivido/sufrido opresiones por el sistema género, esto es, porque en el trazado colonial-republicano soy identificada como mujer y como mestiza. Mi cuerpo, mi existencia, ha vivido la violencia machista y patriarcal en diferentes formas y momentos.
Si sigo una concepción de la acción política de las identidades autorizadas pareciera que mi acción política estuviera limitada a luchas en contra de las opresiones que vivo como mujer mestiza, es decir tendría que decir que no puedo acoger otra lucha en contra de alguna opresión que yo no haya vivido. Siendo consecuente con esto, tendría que decir, por ejemplo, que no podría haber salido a un plantón en contra del racismo y violencia homicida hacia lxs indígenas mingueros en Cali el 9 de mayo del 2021. Y si llevo esto al límite, entonces ni si quiera una lucha contra feminicidios podría yo asumir.
Este discurso de las identidades autorizadas o de una autenticidad radical no sólo nos lleva a estos absurdos, sino que tiene como consecuencia el hecho de borrar mi parte en la opresión. Es decir, supone ignorar mi papel en el complejo tejido de las opresiones; supone ignorar que mi lugar en la sociedad, la forma de vivir mi vida, trae opresiones para otras existencias.
Por ejemplo, si bien como mujer mestiza he sufrido opresiones, yo sé que tengo unos privilegios que se configuran por la opresión que mi posición ejerce respecto de otras existencias. Soy hija de una familia pequeñoburguesa dueña de un pequeño colegio en un pueblo, y por tanto beneficiaria del sistema capitalista en la medida en que es una empresa que consolidó su capital con la plusvalía de la mano de obra de lxs trabajadores. Esa acumulación de capital, además, fue posible por el acceso de mis abuelxs a la tierra, a educación, y por el racismo y el militarismo del territorio colombiano. Mis beneficios entonces también se derivan del racismo estructural.
Si considero las opresiones como un complejo entramado –y no como problemas de ciertos individuos en los que creo que no hago parte– en el que yo también participo muchas veces como opresora, queda claro el imperativo: actuar. Una acción en contra del sistema y en contra de los privilegios de los que yo gozo, porque siempre son a costa de otras existencias. Claro, esto respetando el liderazgo de quienes por las opresiones están en una posición de opresión, osea, sin que yo reitere la opresión en esos lugares de lucha.
En últimas, lo que este Paro y tantas otras luchas en nuestros territorios nos permiten percibir con más claridad es que ese discurso de la autenticidad radical sigue reiterando la lógica colonial–moderna de pensarnos a través de categorías, como si fuésemos separables y no parte de un complejo tejido de opresiones; reiteración que termina erosionando la lucha colectiva en contra del sistema.
¿A quién le llamas vándalo?
Alejandra Bermúdez Jiménez, estudiante
En Colombia, se ha venido desde hace un buen tiempo sembrando el discurso que castiga la figura del manifestante “no pacífico”, este discurso repudia su rabia y su inconformismo, y con él se han instaurado una serie de signos que cobran vida cuando dicho manifestante rompe con la idealidad instaurada e incurre en las prácticas que tanto se condenan, a este, le llaman vándalo. El problema, es que la semilla interpretativa germinó, y se esparció por todo nuestro territorio, y el término resultó siendo un arma para generar estigmatización y repudio a la protesta social, pues ya no solo es señalado como vándalo a aquel sujeto, vándalo se volvió todo aquel que irrumpa con el estado de cosas de este gobierno autoritario y genocida. Vándalo es el que quiere transformar su realidad, pero lo están castigando, lo quieren corregir. Para que ello fuese asumido de esta forma, los medios de comunicación siguen cumpliendo con la labor de divulgación de este prejuicio, que, por desgracia, ha sido asumido por gran parte de la población.
La estigmatización de la protesta social, que es legitimada entre tantas aristas, por este discurso, ha generado una distorsión en el recurso de interpretación social, es decir, a quien protesta no se le reconoce como un sujeto que ejerce su pleno derecho a la protesta como manifestante, pues el único que aquí podría encajar es aquel que cumpla la satisfacción de demostrarles a ellos que son los manifestantes que tanto quieren que sea. En consecuencia, este es un discurso que desconoce los saberes, prácticas y sentires que confluyen al interior de la protesta social, de los actores que le componen, y que omite por completo sus diversas prácticas.
Aunque no es mi intención profundizar en este extenso y basto tema, es de destacarse que el control sobre los recursos hermenéuticos permite que los significados que son expresados por poderosos sean impuestos de forma normativa, de manera que el mundo social se convierta en lo que dichos significados suelen representar (Daukas, 2017, P.330). La filósofa Miranda Fricker bien nos señala el peligro de la operancia de la injusticia epistémica en la sociedad, y en este caso, el peligro de permitir que se instaure a tal nivel hermenéutico y testimonial, que permita que se legitimen acciones y vejaciones hacia aquellos sujetos que en ella se ven inmersos. Como vemos, el problema es que cuando introducimos recursos interpretativos defectuosos, generamos disonancia entre las vivencias reales de los sujetos y las interpretaciones que emergen de su divulgación y aceptación por parte del cuerpo social que lo recibe.
Podemos someramente destacar lo siguiente, cuando hay poderosos que instauran sus signos interpretativos intencionalmente a su favor, las experiencias de los sujetos quedan distorsionadas, son vistas a través desde el reflejo del agua, y los territorios de la vida social de quienes viven sus experiencias desde el prejuicio, son gravemente afectados, en el peor de nuestros casos, ha permitido que se atente contra su vida, contra su dignidad, y contra su testimonio. Quienes introducen los recursos considerados como correctos, más bien, quienes han introducido la noción del vándalo en nuestro contexto, no tienen ningún interés en que se alcance una interpretación adecuada, ni tienen un interés positivo en que no se mantengan las malas interpretaciones, de hecho, juegan a su favor con ella. En este caso, sucede que cuando vándalo desee denunciar y comunicar su experiencia ante los demás, este será marginado, estigmatizado, condenado, y su experiencia real no será inteligible para los demás, estará obstaculizada por la carencia de reciprocidad hermenéutica por parte de nuestra sociedad.
El análisis de las dimensiones de la vida epistémica demuestra claramente la urgencia de reformar significativamente muchas de las prácticas epistémicas aceptadas en nuestras relaciones con los demás, expresarse y ser comprendido son capacidades humanas básicas que al verse obstaculizadas entorpecen aspectos cruciales de una vida humana digna (Medina, 2017, P. 41). Es por dicho motivo que atendiendo a la urgencia de generar herramientas que aporten a la corrección que se necesita de estas deformaciones en los recursos interpretativos, debemos de desmantelar la operatividad comunicativa del vándalo de nuestro lenguaje, ¿cuántas violaciones a los derechos humanos vamos a seguir permitiendo porque han instaurado la historia del vándalo a su favor? Debemos repudiar que se sigan generando discursivas que, por medio de esta figura interpretativa, sigan justificando desapariciones, asesinatos y persecuciones por parte de la fuerza pública a quienes, en este momento, y a toda costa, están defendiendo la vida.
El poder contraforense y el paro nacional, Columna de Alejandra Azuero
El poder de videos y otras imágenes registradas por los ciudadanos buscan producir un realismo que se opone a la normalización de la violencia del Estado. En este texto, una mirada a ese poder contraforense.
Sin olvido
En memoria de Lucas, Alisson, Sebastián...
Duele este pueblo
Nadie baila en las mañanas
Los niños no cantan algarabías
Las niñas no juegan en las calles
Las camionetas se pasean amenazantes para llevarselas
Al norte
Para devolverlas
Con la vida perdidas en las manos del señor de Bien
Duele este pueblo
Ya no hay sonrisas en las caras
El Estado es un monstruo índolente
Que empuña sus armas sobre los más débiles
Vestidos con su poder, con sus cascos
Y escudos
Con sus aturdidoras y tanquetas
Nos gritan que les pertenecemos
Matan a las hombres
A las mujeres las violan
para que ellas misma tomen la muerte como salida
a este infierno en el que hemos nacido
Ningún discurso nos devuelve la esperanza
Todas las calles son testigos de la sangre que corre inocente
Invade las aceras el dolor de los que callan
De los que gritan
De los que ya no tienen futuro
Que somos todos
Duele este pueblo
Que camina sobre sus muertos
Por fin hoy
Sin olvido
Dayana De La Rosa Carbonell
DESESPERANZA: ANÁLISIS FILOSÓFICO DE UN SENTIMIENTO por Dayana De la Rosa Carbonell
“Que venga lo que nunca ha sido, que arda lo que fue” : de la desesperanza a la potencia de (otro) presente
María del Rosario Acosta López (UC Riverside)
Dayana, gracias, qué bellas tus reflexiones. Me parece muy poderosa tu idea de desesperanza no sólo como descripción fenomenológica de un afecto tan pertinente a nivel político, sino como análisis del poder que tiene, o puede tener, para conducir a la reflexión: a través de la desesperanza, si te leo correctamente, entiendes algo muy valioso de la situación de nuestro presente.
Un comentario acerca de este sentimiento – que ciertamente comparto – y dónde creo que podemos localizarlo en relación con el paro actual. En lo que he estado pensando alrededor del paro – y siguiendo una lectura de la “temporalidad” del paro vis a vis la “temporalidad” de la transición, sugerida por la antropóloga Alejandra Azuero en su trabajo – me pregunto si tú y yo (y muchas de nosotras, filósofas, quienes estamos pensando a Colombia hoy en y desde la academia) no pertenecemos a una generación que vivió con la esperanza del proceso de paz. Y, por tanto, me pregunto si nuestra relación con el presente no está atravesada también por nuestra desesperanza, como lo dices; una que vendría, como lo describes en tu texto, de los fracasos de ese proceso – o mejor, de los fracasos de, y los bloqueos actuales a, su implementación. Pero siento en las nuevas generaciones de jóvenes que piensan y sienten y empujan este paro ahora mismo, en primera línea, que la temporalidad de lo que reclaman no es ya esa: ni la de la promesa por ser cumplida, ni la de la nostalgia por lo que no sucedió. Hay algo otro, que no es latencia, sino la práctica de otra temporalidad, de otro modo de hacer presente (y no sólo de pensarlo), que es muy poderosa y reclama más bien que lo que ha debido suceder no ha sucedido, y que lo que ha sucedido no ha debido suceder. Reclama un pasado vivo en el presente como historia otra que el presente debe asumir, y para la que el presente debe encontrar legibilidad.
Por eso me ha gustado tanto esta imagen que ha acompañado al paro en estos días, producida por los colectivo de cartelistas futuraposible e inco.rrage (agradezco a Camilo Uscategui el haberme hecho llegar el afiche):
“Que venga lo que nunca ha sido, que arda lo que fue”. Creo que aquí, en este poderoso reclamo, hay algo otro, que no es esperanza sino potencia pura. Una apertura completa al porvenir que no es el futuro sino el ahora mismo, y que se la juega toda por ese ahora. Y porque es una temporalidad tan distinta a la de la promesa política, y a la de su recurrente incumplimiento, no es entonces acción que se haga legible/audible políticamente para quienes siguen pensando estos términos dentro de los lenguajes y marcos imperantes. Y es acusada por ello precisamente de no ser suficientemente política, de estar “desubicada” o ser “inoportuna”, incluso (desde el paternalismo o la condescendencia) de estar siendo instrumentalizada por quienes sí se dejan leer como agentes políticos en sentidos más tradicionales.
Pero sí que es política, en el sentido más radical del término, como redistribución radical de lo sensible y como apuesta por interrumpir y subvertir los órdenes imperantes presentes (incluidas sus operaciones coloniales, neoliberales, soberanas) sin tener aún la certeza de qué resultará de todo ello, pero sin perder por ello la fuerza que reclama un nuevo comienzo. “Inoportuna”: por supuesto, pues solo aquello que no se acomoda a las temporalidades usuales tiene alguna posibilidad de irrumpir en la historia para reclamar otra posibilidad de presente. “Desubicada”: precisamente si ubicarse implica acoplarse a los marcos de distribución espacial que designan de antemano, en jerarquías de raza, clase y género predeterminadas, los modos como los cuerpos deberían estar ocupando (y desocupando) los espacios. Y nada desesperanzada, porque no es la desesperanza ni la esperanza la que les mueve, sino el convencimiento de que el presente es otro – distinto al que habitamos quienes aún no conseguimos escuchar la potencia de ese otro tiempo, de esa otra historia, que no se anuncia, sino que ya está ocurriendo y llevándose a cabo ante nuestros ojos.
Εm.moría / Memoria / Me moría
Ánima, en alegoría al olvido, hoy recordemos.
Heidy Castro, junio 6 de 2021
Que ayer moría y hoy necesito recordar, me resbalaba entre vacíos poco elocuentes y deslucidos, fallecía frente a la vida llena, mientras nacía, agotada y pequeña, la luna en la inmensidad. ¡Que alguien me escuche! Que siento una voz caminando por mi cuello, pero no escucho un solo aliento. Que he despertado hace tiempo y volver a dormir sería recaer en la ignorancia de lo omnisciente, que camino durante horas y he olvidado lo que significa descansar unos pocos minutos. ¿De qué se trata el tiempo? Si es que los recuerdos que le constituyen se disfrazan sobre el constante hábito de olvidar; si el tiempo se trata de recuerdos, ¿Dónde me encuentro cuando olvido? Si, por el contrario, el tiempo no se sitúa en recuerdos, sino en posibilidades, ¿por qué hay un desasosiego que me atrapa ahora mismo si no hay posibilidad que nazca de la nada?, si el tiempo es una representación legítima de las posibilidades en sí mismas, ¿Cuándo hablaremos del presente que nos cobija y atrapa feroz y volátil en un abrazo sutil y destructor?
Porque si hablaré de una alegoría al olvido, debo recordar: que en medio del desasosiego que nos enferma por estos días, la fuerza pública golpea, asesina, viola, tortura, engaña, produce y reproduce discursivas de odio hacia civiles y estos son apoyados y difundidos por las fuerzas estatales; me veo en la obligación de recordar que provenimos de un atemporal nacimiento violento en medio de las guerras y que aun hoy en día, se replican botines indistintos y representativos que descansan sobre formas femeninas frente a los instintos de machos cabríos reproductores de lamentos e hijos de una patria desangrada y manoseada. Si hablaremos de memoria, o más bien de olvido, es menester recordar, pero no recordar cualquier cosa, recordar la historia que nos construye, la infamia que nos precede, las memorias que nos habitúan a una situación temporal, porque para hablar de tiempo y comprender mi sentir de mayo, debo arraigarme ante las formas temporales establecidas; pasar por los olvidos que se sientan a esperar sobre las memorias ancianas y precarias, valorar las pocas situaciones del enojado presente y asumir la tarea de divagar sobre el diluvio de posibilidades que construyen el patológico futuro.
Entonces, caminaré, débil y escasa, por la radiografía estructural que nos habita en desorden y nos encierra en las noches de lúgubres y funestos secuestros del insomnio. Y es que, hablar de la patria, es hablar de muerte; los actos violentos que nos cobijan son legión y más allá de reconocer los motivos nacientes al recordar estos sucesos de dolor y melancolía, es menester señalar que no se trata de un surgir coyuntural, se trata más bien de conflictos estructurales y violencias sempiternas que emanan olor a patria. Algunas personas parecen necesitar la caricia cercana de la muerte para reconocer que hay gente muriendo. En alegoría al olvido, recordemos, que las palabras son pocas, el tiempo cruel, la desmemoria constante y el rememorar, un auxilio necesario.